El Evangelio nos habla de Bartimeo, un ciego que no ve; no ve colores, ni formas, ni rostros; está sumido en la oscuridad más absoluta, pero la ceguera de los ojos de su cara no le impide tener confianza en lo que Jesús puede hacer por él y no está dispuesto a renunciar a ello. Por eso, alza su voz y grita pidiendo misericordia; grita sin reparos, es el grito de esperanza que le va a permitir salir de la oscuridad.

Cualquiera de nosotros podemos ser Bartimeo, postrados en ese camino, pidiendo limosna a un mundo que apenas nos da unas monedas de falsa felicidad, y quieren que hablemos bajito, que no gritemos, que no molestemos. Nunca pretendemos molestar, pero tenemos que gritar frente a los que nos quieren hacer callar. Llega su momento, su oportunidad, en la que salta como un resorte, sin protección, sin seguridad; es como un salto al vacío, sin miedo y sin temor, pero con una confianza en ese desconocido, Jesús, con una fe firme, plena y completa. Y Jesús siente compasión; siente el dolor de Bartimeo desde lo más profundo y lo hace suyo, siente su dolor y le da la mejor limosna, encontrarse con Él, en el ruido de la multitud.

Como a Bartimeo, Jesús nos pregunta a cada uno de nosotros: ¿qué quieres que haga por tí? Y por fin llega nuestro momento, el de hablar con Dios, de corazón a corazón, Él sabe cuáles son nuestras necesidades y carencias, hemos escuchado su Palabra, pero ahora Él quiere escuchar nuestras palabras, con sinceridad y sencillez. Quiere que me reconozca tal y como soy, de cuál es mi auténtica realidad.

¿Percibimos nosotros en Jesús un compañero de camino? Porque si Dios se hace uno de nosotros es porque quiere acompañar nuestro caminar, sentir nuestros desmayos, fracasos y debilidades, enfrentar con nosotros nuestros retos y proyectos, disfrutar con nuestros triunfos y conquistas, sufrir nuestros dolores y desgarros... ¡va a Jerusalén nuestro camino!

Creer en Jesús ciegamente es adherirse a Él con la certeza de que tiene respuestas para nuestras vidas. No podemos quedarnos en la apatía de una vida ya acabada, sin nuevos alicientes, como si ya hubiéramos hecho cuanto podíamos hacer. El Papa nos pone en guardia contra lo que él llama “acedia”.

Somos un proyecto de Dios con vocación de estar haciéndose día a día y, si hemos optado, como Bartimeo, seguir a Jesús, siempre será un proyecto inacabado, en continuo dinamismo. La misión que nos queda, como una continua tarea, es vigilar nuestra fidelidad al mandato de Jesús: proclamar que el Reino de Dios está ya aquí,. Tan sólo tenemos que actualizarlo en nuestro vivir cotidiano. (Fr Fernando Serrano Perez).